El camino hacia la reintroducción de alimentos: el problema no es el alimento.

 

Si padeces o has padecido SIBO (o colon irritable, bien o mal diagnosticado...), habrás oído hablar de la dieta FODMAP. En este enlace que comparto puedes descubrir de qué se trata si no te sonase de nada: https://bit.ly/3nSme9X


No obstante, te haré un breve resumen: se trata de eliminar de la dieta, durante un tiempo, una serie de alimentos con una alta capacidad de ser fermentados por parte de las bacterias intestinales y, por tanto, causar mucha sintomatología en caso de SIBO u otros tipos de disbiosis.

    Hasta aquí, todo bien. Comprenderlo es sencillo. Llevarlo a cabo, algo más complicado. Pero ¿por qué? Pues por varios motivos:


*     Esta dieta debe ser utilizada, siempre y cuando sea necesaria, durante un período de tiempo corto y determinado. Alargarla más puede empeorar la disbiosis intestinal (menos diversidad aún en la flora) ¡con todo lo que ello conlleva! Sin contar con la presión psicológica aparejada a mantener una dieta restrictiva de forma indefinida. Cuando esto ocurre, se entra en un círculo del que es difícil salir, con el consiguiente riesgo de quedarse “encerrado” dentro de la dieta. Me encanta este vídeo en el que Erika Maestro sintetiza cómo deben llevarse a cabo los tratamientos, ¡siempre de forma personalizada! Precisamente fue en nuestra última consulta cuando salió este tema y decidí reflexionar sobre ello.

https://www.instagram.com/p/CMW921MCSam/

 

*       La dieta FODMAP “pura” puede venir bien a unos, pero no a otros. Lo ideal es llevarla a cabo según tolerancia. Y es precisamente por eso por lo que resulta fundamental la ayuda de un nutricionista especializado.

 

*       No solo es el alimento que comes hoy. Es la cantidad y de qué otros alimentos lo acompañes, e ¡incluso de qué forma los cocines!

 

    Entonces, ¿hago dieta FODMAP o no la hago? Siempre depende. Depende del estado de tu intestino y de tu sintomatología, del tipo de disbiosis, de las intolerancias asociadas (imagina que la dieta además deba ser baja en histamina, en níquel, libre de gluten…). Ten en cuenta que ni siquiera hay consenso absoluto entre los profesionales que tratan este tipo de patologías, por lo que no se trata de todo o nada. Se trata de ajustar la dieta a las necesidades de cada individuo de forma que le reporte los máximos beneficios posibles.

    Finalmente, debes tener siempre presente que, si buscas ayuda de un profesional, esa persona será tu guía, pero el verdadero trabajo debes hacerlo tú: observar tus reacciones frente a la ingesta de alimentos, escuchar a tu cuerpo, adaptarte a las diferentes etapas del proceso… Si no pones de tu parte no te servirán de nada todas las tablas clasificatorias de alimentos de la Tierra, eso tenlo claro.

    Ahora, pongamos que efectivamente has tenido que llevar a cabo la dieta FODMAP. De forma inevitable (y ¡por suerte!) llega un momento en el que debes empezar a reintroducir. Es ahí cuando pueden empezar a surgir los miedos y sentimientos de fracaso. Puede que te vaya de fábula desde el principio y toleres todo aquello que lleves a la boca (aunque esto debe hacerse siempre de forma paulatina y aumentando, poco a poco, cantidades), pero ¿qué ocurre si algún alimento te cae mal y vuelves a tener sintomatología? Puede que sean gases, diarrea, estreñimiento, síntomas extradigestivos… ¡no te preocupes, no has hecho nada mal! Llevar un diario de reintroducción durante esta etapa puede ser de utilidad.

    En cualquier caso, tienes que entender que no es el alimento en sí lo que te hace daño. Es la configuración de tu flora intestinal, en ese momento concreto, la que causa que no toleres ese alimento. Y precisamente estás trabajando para cambiar todo eso. Hoy puede caerte mal incluso un trocito minúsculo de cebolla, pero quizá dentro de un tiempo puedas tomarla en una cantidad moderada sin grandes problemas. Ten paciencia, porque vas a tener que bajar peldaños de la escalera un montón de veces, ¡y eso no quiere decir que nunca vayas a llegar a la azotea! 



    Pero ¿por qué ocurre esto? Fácil. Imagina una ciudad enorme llena de gente, una capital. En ella habrá una gran diversidad de creencias de todo tipo, de costumbres… Cada sociedad tiene unas normas sociales que la caracterizan y la distinguen de las demás, aunque pueda haber similitudes entre todas ellas. Pues esa capital llena de gente es tu intestino. Por un momento, piensa que por una mala gestión política (la alimentación y otros factores varios) crece enormemente el descontento entre la población, tienen lugar un gran número de altercados callejeros y, finalmente, las personas más violentas acaban tomando las calles. Aquellas que prefieren evitar la violencia deciden no salir de sus casas. La situación empeora con el tiempo. Se pierde el equilibrio y las calles son un caos. La gente rompe cosas. Daña el mobiliario urbano y causa desperfectos en las casas y edificios. ¿Crees que en ese intestino se puede digerir algo sin que se forme una revuelta? ¡No se puede! Y cambiar una situación así es IMPOSIBLE de un día para otro. Esa es mi visión de todo esto: una única herramienta será insuficiente ante la disbiosis. Tendrás que combinar la dieta con los tratamientos pertinentes (fármacos, herbáceos, suplementación, etc…), con los buenos hábitos de sueño, con actividad física, con un buen control del estrés… Puede que te suene a topicazo, pero es la única forma de recuperar un buen estado de salud 😊 Por si fuese poco, no solo se trata de reparar lo dañado, sino de prevenir males mayores (enfermedades autoinmunes, infecciones repetitivas) en el futuro. ¡Si esta ciudad se destruye, se acaban viendo afectadas las demás!


        

            Todo esto que acabo de mencionar implica no tener miedo a ampliar y a variar la alimentación cuando llegue el momento. Para volver a poner de acuerdo a tantos ciudadanos necesitarás muchos recursos diferentes. Si te encuentras mal, no has fracasado. Simplemente, puede que los habitantes más difíciles de tu capital sean más duros de roer de lo que pensabas y debas ir un poco más despacio con las negociaciones. Pero puedes hacerlo. Céntrate en observar, en disfrutar de la comida. ¡Come sin miedo! Y, poco a poco, los habitantes que conseguirán restablecer la paz en esa ciudad tan maltratada irán saliendo de sus casas para volver a pasear por sus calles otra vez. Todo lleva su tiempo. Todo ha de hacerse en el momento apropiado. Pero acabará llegando.


Para terminar, te contaré lo que me sucede actualmente con la cebolla, el ajo y el puerro, el trío problemático. Servirá de ejemplo y te ayudará a entender que esto no se trata de todo o nada. Hace unos añitos (no creas que muchos, quizá 3 años o poco más), podía comerlos sin problema. Me encantaba la pizza con rodajas de cebolla y el ajo entero en un buen plato de patatas con huevo. Pues bien, con el tiempo empezaron a darme gases. Después alguna diarrea. Después, cada vez más diarrea, aunque los tomase en poca cantidad, así que ya no podía comerme los ajos enteros, ¡mi gozo en un pozo! Ahora, vuelven a darme solo gases, nada de diarreas. ¿Ves? Los síntomas han cambiado y voy por el buen camino. Mi forma de alimentarme también ha cambiado. Ya no veo la pizza con rodajas de cebolla y las patatas con huevo y ajo como un manjar. Mis prioridades y mis hábitos de vida en general también han cambiado de forma radical, y eso es otro gran logro que no debo obviar. Es un proceso

Esta semana se me fue la mano con los tres alimentos mencionados y estoy teniendo un repunte de gases importante. Me noto, también, un poco más cansada. ¡Pero no pasa nada! Los gases y el cansancio se marcharán. Dejaré pasar una semana y, a la siguiente, probaré de nuevo con uno de ellos en menor cantidad. Poco a poco, disfrutando la comida y sin preocuparme innecesariamente por algo que no sé si va a pasar. Pensar de forma negativa, más aún mientras comes, no le hará bien a tus microbios intestinales ni a tu complejo migratorio motor (es eso que ayuda a que la digestión sea óptima y las bacterias no suban en masa a formar la macrofiesta al intestino delgado). Recuerda que si los primeros se enfadan y el segundo se ralentiza, ¡el desastre está garantizado!

¡Come, disfruta y avanza! Pero con cabeza. Si comías de pena antes de empezar a tratar tu disbiosis y vuelves a hacerlo una vez que aumente tu nivel de tolerancia, no avanzarás nada. Y déjate de envidias hacia aquellos que dicen estar sanos porque comen toda clase de porquerías sin tener que vivir pegados a un retrete. Cuando acaben enfermando dirán que es de familia, que es herencia de la tía Francisca o del abuelo Joaquín y que era algo inexorable. Entonces, sabrás que has hecho bien en cambiar tus hábitos. Y a ellos, déjales que piensen lo que quieran. 

 



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