Hablemos de cimientos
Durante mi lucha contra el desagradable SIBO, me vi sorprendida por una serie de preguntas que nunca me habían formulado en ninguna consulta médica, a pesar de haber visitado unas cuantas. En parte, era algo sobre lo que había pensado muchas veces, pero al final siempre acababa desechando la idea de que algo así pudiese haber influido en el deterioro de mi salud. Me refiero a la alimentación, la toma de antibióticos y el estrés en la infancia. Pero ¡si tengo 36 años!, ¡eso pasó hace mucho!
> Ofrecerles comida “artificial” cuando ni siquiera han terminado de probar toda la comida natural de la que disponemos.
> Dar batidos y zumitos industriales varias veces en semana (incluso varias veces al día) pensando que así están tomando leche y fruta.
> Hacerles pensar que las chucherías son algo delicioso y ofrecérselas como un premio. Lo acabarán asociando a recompensa cuando, en realidad, deberían relacionarlo con algo poco saludable y nada aconsejable.
> Estimular su deseo de comer a todas horas dando pequeños tentempiés perjudiciales entre comidas, como bolsas de patatas fritas saborizadas y gusanitos. No lo necesitan y no les nutre. A la larga, solo les perjudica.
> Permitir que el elemento estrella de los desayunos y las meriendas sea un paquete de galletas.
> Dar de postre siempre la misma y única fruta que al niño le gusta, o el yogur azucarado o edulcorado con sabor a fruta que tiene dibujitos animados en el envase. Eso no es un yogur, es una chuche, ¿lo sabías?
> Añadir salsas de bote a sus comidas. Además, si ven que nosotros las añadimos a las nuestras, también querrán hacerlo. No son necesarias. Si no puedes comer sin ellas, tienes un serio problema.
> Creer que si les compramos un paquete de cereales enriquecidos con vitaminas les estamos alimentando mejor. Los cereales comerciales no son cereales. Lee las etiquetas. No son lo que parecen.
> Darles helados industriales porque es verano, hace calor, y se ha comido muy bien la carne con patatas o ha recogido estupendamente los juguetes de su habitación. Tampoco los necesitan. Hay opciones saludables y deben ser siempre ocasionales, no habituales.
> Desistir cuando se les ofrece un alimento natural, saludable y necesario, ante la primera negativa del niño. Con perseverancia, irá aceptando cada vez más variedad.
> Optar por menús infantiles del tipo "nuggets con patatas" cuando vayamos con ellos a comer a algún restaurante, porque pensamos que así estarán más contentos y comerán sin protestar. Al final, esa conducta se acabará repitiendo y entraremos en una dinámica de la que será difícil salir.
> Normalizar que, en las fiestas infantiles, cuanto más azucaradas y procesadas sean las opciones de merienda, mejor.
> Pensar que si la comida no les agrada, con un gran vaso de leche queda todo solucionado. Se trata de ayudarles a establecer un ecosistema microbiano intestinal beneficioso y variado, no de reducir la diversidad a su mínima expresión.
> Creer que si hoy comen pasta (de trigo) con tomate y queso y mañana pizza (hecha con masa de trigo), están comiendo cosas diferentes (¡son los mismos alimentos!).
Y podríamos seguir, porque… ¡sí! Lo estamos haciendo bastante mal.
¿Y
qué más dará que el niño coma chucherías si está sano? No pasa nada si no come
verduras, ¡ya las comerá de mayor! No pasa nada si…
Arboleya-Montes, S., Delgado-Palacio, S. y Gueimonde-Fernández, M. (2016) Factores que influyen en el desarrollo de la microbiota. Editorial Ergón. https://bit.ly/3DvwMRr
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