Hablemos de cimientos

 


     Durante mi lucha contra el desagradable SIBO, me vi sorprendida por una serie de preguntas que nunca me habían formulado en ninguna consulta médica, a pesar de haber visitado unas cuantas. En parte, era algo sobre lo que había pensado muchas veces, pero al final siempre acababa desechando la idea de que algo así pudiese haber influido en el deterioro de mi salud. Me refiero a la alimentación, la toma de antibióticos y el estrés en la infancia. Pero ¡si tengo 36 años!, ¡eso pasó hace mucho!

    Cada vez se investiga más acerca de la microbiota intestinal, no solo de forma general, sino en cada una de las etapas de la vida. La infancia no es una excepción. Ahora se sabe que la flora intestinal que se establece en nuestro intestino durante nuestros primeros años de vida es la base sobre la que tendrán lugar todos los cambios que se sucedan con el transcurrir de los años. La microbiota que se establezca durante ese período hará las veces de los cimientos de nuestra salud. Así, si partimos de una microbiota sana, equilibrada y fuerte, si algo la altera durante la edad adulta su capacidad de volver al estado inicial será mayor. Si, por el contrario, ayudamos al niño a forjar una flora pobre y desequilibrada, ya partirá de una situación complicada y cuando deba enfrentarse a infecciones intestinales o a largos períodos de estrés, su flora no podrá trabajar de forma efectiva y será más propenso a experimentar todo tipo de síntomas desagradables y a desarrollar diversos problemas de salud. Alimentar a un niño de forma desequilibrada y poco saludable solo sirve para favorecer que la flora patógena crezca sin control.

 


    Bajo mi punto de vista, uno de los mayores problemas que tenemos actualmente, aparte de la facilidad para adquirir productos procesados y ultraprocesados sin llevar a cabo grandes desembolsos y sin tener que marearnos mucho buscándolos (ya que están por todas partes), es que tenemos claro qué debemos comer, pero no tenemos tan claro cómo deberíamos hacerlo, ni tampoco que NO deberíamos incluir dentro de nuestras opciones de alimentación. Es por ello que he decidido elaborar una lista de errores muy comunes que observo que se llevan a cabo una y otra vez a la hora de alimentar a niños pequeños (y no tan pequeños):

>  Ofrecerles comida “artificial” cuando ni siquiera han terminado de probar toda la comida natural de la que disponemos.

>  Dar batidos y zumitos industriales varias veces en semana (incluso varias veces al día) pensando que así están tomando leche y fruta.

>  Hacerles pensar que las chucherías son algo delicioso y ofrecérselas como un premio. Lo acabarán asociando a recompensa cuando, en realidad, deberían relacionarlo con algo poco saludable y nada aconsejable.

>  Estimular su deseo de comer a todas horas dando pequeños tentempiés perjudiciales entre comidas, como bolsas de patatas fritas saborizadas y gusanitos. No lo necesitan y no les nutre. A la larga, solo les perjudica.

>  Permitir que el elemento estrella de los desayunos y las meriendas sea un paquete de galletas.

>  Dar de postre siempre la misma y única fruta que al niño le gusta, o el yogur azucarado o edulcorado con sabor a fruta que tiene dibujitos animados en el envase. Eso no es un yogur, es una chuche, ¿lo sabías?

>  Añadir salsas de bote a sus comidas. Además, si ven que nosotros las añadimos a las nuestras, también querrán hacerlo. No son necesarias. Si no puedes comer sin ellas, tienes un serio problema.

>  Creer que si les compramos un paquete de cereales enriquecidos con vitaminas les estamos alimentando mejor. Los cereales comerciales no son cereales. Lee las etiquetas. No son lo que parecen.

>  Darles helados industriales porque es verano, hace calor, y se ha comido muy bien la carne con patatas o ha recogido estupendamente los juguetes de su habitación. Tampoco los necesitan. Hay opciones saludables y deben ser siempre ocasionales, no habituales.

>  Desistir cuando se les ofrece un alimento natural, saludable y necesario, ante la primera negativa del niño. Con perseverancia, irá aceptando cada vez más variedad.

>  Optar por menús infantiles del tipo "nuggets con patatas" cuando vayamos con ellos a comer a algún restaurante, porque pensamos que así estarán más contentos y comerán sin protestar. Al final, esa conducta se acabará repitiendo y entraremos en una dinámica de la que será difícil salir.

>  Normalizar que, en las fiestas infantiles, cuanto más azucaradas y procesadas sean las opciones de merienda, mejor.

>  Pensar que si la comida no les agrada, con un gran vaso de leche queda todo solucionado. Se trata de ayudarles a establecer un ecosistema microbiano intestinal beneficioso y variado, no de reducir la diversidad a su mínima expresión.

>  Creer que si hoy comen pasta (de trigo) con tomate y queso y mañana pizza (hecha con masa de trigo), están comiendo cosas diferentes (¡son los mismos alimentos!).

    Y podríamos seguir, porque… ¡sí! Lo estamos haciendo bastante mal. 


    Durante su desarrollo, habrá factores ambientales que no podrás controlar. Pero sí puedes hacerle el mayor de los regalos y ayudarle a fortalecer su base. Piensa que la flora intestinal no solo interviene en la digestión, sino en múltiples procesos metabólicos que van a influir en el correcto funcionamiento de múltiples sistemas y, además, juega un papel fundamental a la hora de contar con una buena respuesta inmunitaria. 

¿Y qué más dará que el niño coma chucherías si está sano? No pasa nada si no come verduras, ¡ya las comerá de mayor! No pasa nada si…

 Sí que pasa. Si no lo crees, dale tiempo al tiempo. Cuando llegues al tejado te darás cuenta de la importancia de los cimientos. 


 Referencias:

Gut Microbiota for Health. (2021). La dieta en la primera infancia, clave en la salud futura por su influencia en la microbiota intestinal. https://bit.ly/3gKC0zb

Arboleya-Montes, S., Delgado-Palacio, S. y Gueimonde-Fernández, M. (2016) Factores que influyen en el desarrollo de la microbiota. Editorial Ergón. https://bit.ly/3DvwMRr


 

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